De bigote espeso y negro como la noche, manos toscas y pesadas, mentón cuadrado, cuello ancho y fuerte, voz profunda como de dos mil tequilas: así es mi compadre Chano.
Más que formado, forjado en el campo. De esos muchos que tienen en su historia personal el haber tenido que caminar varios kilómetros para poder ir a la primaria más cercana antes que su papá fuera jalado por un primo que vivía en Saltillo. Un cabrón muy cabrón, para decirlo rápido.
Por eso me sorprendió cuando el Chano me dijo, hace un par de días, que quería volverse gay. Y cómo chingados compadre, le pregunté. Mira que no soy experto, pero creo que uno nace así, no se hace. Rápido, pero sin prisas, me dijo que eso era una decisión: ahí estaba el Ricky Marti y su chiqui-bom-bom que ya bastante entradito en años –y después de repasarse a Rebeca de Alba, entre otras- le dio por vivir la vida loca.
Mi compadre estaba blofeando. O al menos eso aclaró después y yo le creo. Traía la novedad de la nueva oficina abierta en el DF, para promocionar el turismo lésbico-gay en las tierras aztecas, y no sabía como empezar la plática.
Y cómo no quisiera ser gay –dijo mi compadre-, si las cifras dice que viajan hasta tres veces al año fuera del país donde viven; yo apenas y viajo una vez con mi familia, y a Laredo a comprar chivas. Así sí conviene, dijo para cerrar su comentario.
Prejuicios a un lado, filias y fobias pasadas por alto, vale la pena el esfuerzo en el DF. Es interesante por muchas razones. Primero, comenzar una oficina que en el nombre lleve la penitencia no es cosa fácil. Pero no queda ahí. Aventarse el chiste poco después de que se nombrara al DF como destino gay-friendly, teniendo la opción del matrimonio tornillo-tornillo o tuerca-tuerca, capacitando a los prestadores de servicios para que no la rieguen habla de toda una política pública que se gesta en el estómago mismo de una política abierta, respetuosa de los derechos: de izquierda, si se quiere, pero cuya finalidad ya la quisieran aprovechar los de la derecha, las divisas.
Algunos ya aplauden el arcoíris que brilla sobre el Ángel de la Independencia; otros dicen que aquello se llenará de degenerados (y mira, que ya hay muchos). Que nadie se me ofenda: no me considero pro-gay no anti-gay. Para mi son personas y no me importa de qué lado de la cama quieran amanecer. Tampoco siento interés alguno por los colores partidistas de la administración capitalina, pero hay que reconocerle –me parece- la apertura de esta oficina que viene a cerrar con broche de oro lo que parece ser una implantación exitosa de una todavía más exitosa política pública.