domingo, 16 de mayo de 2010

Madre

Con la espalda fatigada y los ojos ardiendo, te exiges.

De paso, casi con descuido, levantaste una frase: los hijos agradecen tu esfuerzo y que no abandones al primer intento fallido. Esa frase ahora es tu credo, el escapulario que sin cuestionar te cuelgas al cuello. 

Ahora intentas la omnipresencia. En la casa, el trabajo, la familia. Cuando todo está en primer lugar, nada espera. Te consumes y recuerdas eso de mantener el esfuerzo, no retirarte.

Se desquebrajan tus tobillos, los labios se parten, las manos se secan. Te conformas con eso de la belleza interna o, de plano, se te olvida.

Pasa el tiempo. De hija a madre y de madre a abuela. Mantienes una lucha solitaria sin una tierra por conquistar. La lucha es la conquista y la refriega el premio. 

Nada fuera de tu sacrificio. Ya, en la tierra, la espalda descansará.