Cómo decírtelo, Larsson. Supe de ti antes de conocerte: las portadas noir y los títulos que te colgaron en la traducción al español (después de todo ¿quién no ha soñado con un galón de gasolina y un cerillo?) hicieron que tu nombre ocupara el primer lugar de mi lista de “lecturas-por-hacer”.
Cinco semanas me bastaron para devorar la trilogía y para que me doliera tu muerte: mucho de lo que pasaría en la Redacción de Millennium, con la vida de Lisbeth Salander, de su hermana, de Mikael Blomkvist, sus reportajes y sus amantes, quedarán en nada. Esos círculos no cerrarán. Nostalgia.
Antes de ver publicada tu primer novela, como ya se sabe y es parte del anecdotario de tu vida, te mueres de un infarto. Mi amigo Larsson: esos kilos de más, el tabaco, no dormir y la escalera que subiste antes de aventar la vida en tu escritorio de reportero, completaron una leyenda que apenas comenzaba.
A seis años de tu muerte, al menos dos libros biográficos se han escrito. Kurdo Baksi escribió “Mi Amigo Stieg Larsson”, Barry Forshaw se aventó “The man who left too soon”.
Yo no pretendo ser tu biógrafo, lejos estoy de hacerlo. Lo único que quiero, ya que me diste la confianza de conocer tu mundo –y el de Lisbeth, Mikael, Zalachenko y todos ellos-, es escribiste esta carta que te entregaré cuando también, con algo de suerte, aviente la vida, haciendo lo que me gusta, en algún escritorio y bajo la luz de una lámpara.
…… el resto de este escrito aparecerá en Espacio 4, publicación quincenal. Ya avisaré…