La minoría se había atrevido a reunirse. El objetivo era claro desde hace ya bastante tiempo: rebelarse contra la mayoría, derribarla, acabarla.
- Es bíblico! -entrecortó uno de ellos tras cerciorarse de conocer a todos los presentes. Es bíblico: David logró derribar a Goliat... ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros.
Los más se sobaron las manos y sonrieron. Era cierto, todos conocían de una u otro manera la historia de aquél, el de la honda, y su proeza. Envalentonados se pusieron de pie, se arroparon del espíritu de David y con las armas de la razón intentaron derribar a la mayoría.
Murieron bajo uno solo de los dos pies del gigante.
Pocos sabes que antes del David conocido, otros dos del mismo nombre y anteriores a él habían intentado acabar con Goliat: el primero de ellos había muerto pues no había atinado a escoger el arma que pudiera matar a su oponente; al segundo, que contaba con el arma indicada, jamás se le acomodó la frente del gigante para mostrarle el punto vulnerable. Ambos murieron. Y hubiese muerto el tercer David se no ser porque aprovechó el conocimiento del primero y, a diferencia del segundo, la suerte le sonrió.
Nunca sucedió y en la historia se corona de gloria al tercer David, pero pudieron haber pasado quince Davids más sin que atinaran en arma y suerte. Y pudo suceder que el mayor de los problemas de Goliat hubiese sido cómo limpiarse los zapatos.
Pero el tercero fue el bueno. Quedan en el olvido los otros dos. De ellos no hay más que suponer el nombre