Leo la entrada de Moises, el ingeniero, sobre la estrategia de planta inmortal. Y, a un lado de la descripción de ese ser vivo -la planta- que en un descuido terminará devorándole la casa, su comentario de que nadie lo lee.
Pues si, falló. Yo lo leí. Y aunque creo que nadie más lo hará -y si lo hace jamás nos enteraremos- me ha servido para desempolvar una vieja reflexión: en esto que llamamos lo cotidiano (o lo cotideeeano, como se escriba), vamos tan deprisa o tan cansados que será raro que nos detengamos a, en verdad, tratar de entender al de enfrente. No dejamos (y no nos dejamos) otra alternativa: ser emisores sin receptores.
Y, entonces, puedo decir lo que sea sin ruborizarme: nadie lo reprochará. Puedo hacer todas las apuestas, de cualquier manera jamás perderé; y tampoco ganaré, pero esa es ya otra historia.
Casi todos tenemos, o creemos tener, algo por decir. A casi nadie le interesa. Y, en este inter, los blogs siguen alimentandose, engordando, sufriendo mala digestión.