De Sabines aquello de que las mejores palabras de amor están entre dos personas que guardan silencio.
Seguramente no conoció a Carlos quien –cuchillo en mano, callado-, no le apartaba la mirada a María quien, al primer parpadeo -y también cuchillo en mano-, juraba pasarlo por la mitad.
Demasiado estrés y pocos besos, supongo. La misma historia de tantas parejas que terminan odiándose. La intensa molestia de la respiración del otro que, una buena noche, te deja sin sueño y acariciando, en la mente, el momento en que le hundirás en el cuello los dedos. Todo tan profundo y tan lleno de calor, que sólo sangre podría ser.
Demasiados pocos besos y pocas palabras, supongo. El silencio que se llena con ideas; ideas que se pudren junto al corazón.
Una mala dormida, una mala cogida, un mal entendimiento. Un paseo por la cocina: hora de cenar. La última palabra que colma el plato, que derrama el vaso. El último pretexto para dejar el disimulo y la simulación. El coctel perfecto y las armas al alcance del brazo.
Primero él; primero ella. Los dos al mismo tiempo, no importa. Ambos cuchillos en las manos. Tomando vuelo, buscando su destino en las tripas del ser amado. Un “te lo dije mientras dormías: ¡te arrepentirás en la tumba, con una chingada!”.
El silencio. Los dos. Y los metales.
Las hojas abriendo la piel. La respuesta. Donde caiga: donde esté duro estará el hueso. Un “no te lo dije porque dormías: ¡pero que te carga, te carga!”.
De Sabines, eso del amor en silencio.
Entre Carlos y María, el silencio sin amor. La mesa puesta; la cena servida y aderezada, con sabor a carne muerta y amarga.
---en twitter: victorspena