jueves, 14 de enero de 2010

El manco y los haitianos

El manco, ese que siempre presume sus guantes de box, dijo que me veía preocupado.

Es por los haitianos y el terremoto, le dije. En la televisión y los periódicos, las imágenes abundan y son todas desgarradoras. Los hermanos haitianos, seguí con mi reflexión, son un país al que le ha llovido sobre mojado.

Se rascó el muñón contra la barra del bar donde bebíamos: él, una cerveza y yo, como siempre, Joya de Manzana.

“Frases hechas las que usas mi amigo”. Tomo aire y dijo: “¿Haitianos?… ¿quieres que te hable de haitianos?  La primera vez que conocí uno, fue en un avión. Iba yo rumbo a Puerto Rico a una pelea. Era ese hombre como un chango comedor de maní. Lo rosado de su boca y manos sólo acentuaban lo negro del resto de su cuerpo”.

Siguió su disertación: “Dicen que con lo del terremoto muchos han muertos entre los escombros. Ja… no lo creo. En Haití las construcciones con ladrillo pueden contarse con los dedos de una de sus rosadas manos. Para mí que se saben tan feos y tan jodidos que cuando se derrumbó la casa presidencial –una de las que sí tiene ladrillo- comenzaron a agarrarse a ladrillazos y por eso murieron. Ji jaja. 

“Ahora en Haití bien puede aplicarse la máxima: entre menos burros, más olotes. Jajajaja. Ahora, en lugar de vivir con dos dólares al día alcanzarán los tres dólares por cabeza color ébano. No comprarán una big-mac del McDonalds, pero ya les alcanza para la catsup. Ja.

“He oído, dijo, que Santo Domingo teme una invasión de haitianos y está apostando su ejército en las fronteras. Sé, de buena fuente, que compraron lentes para ver en la noche, porque ese será el momento en que los haitianos se atreverán a pasar las fronteras con su camuflaje natural. Ja.

“Y eso de nación hermana, ¿de donde viene? Puro populismo. Al único que decirlo le acomoda es al morenito de Obama: entre ellos sí hay relación de parentesco… son primos-primates. Ja, ja, ja.”

Me quedé callado. El tomó aire y dijo: Bueno, si no tomamos las cosas por el lado positivo ¿qué razón habría de vivir?

No entiendo, dije, tu sentido del humor.

Quedamos en silencio. Siguió él con su cerveza y yo, como siempre, con la Joya de Manzana.