No lo puedo evitar: soy parte de esa generación en la que todos somos analistas políticos y expertos en cine.
Hay, en esta generación, expertos en deportes. Yo paso: quienes mejor me conocen saben que no puedo distinguir una pelota de golf de un balón de futbol americano. Aún así, cuando se vuelve estrictamente necesario, puedo mezclar un par de nombres de jugadores importantes y los resultados del partido de un día anterior.
Como en eso de la política, más que saberle se necesita suerte, prefiero hablar de cine. Y este es el caso. Acabo de ver “Julie & Julia” y la recomiendo ampliamente.
La peli es, en realidad, la suma de dos historias reales: una desarrollada en Europa a mediados del siglo pasado y la otra en NY , después del 9-11 (lo de las Torres Gemelas, pues). Ambas historias comparten el amor por la cocina y cómo una estufa y varios platillos le dan sentido a la vida de dos mujeres.
La primera historia, la de mitad del siglo pasado es sobre la chef Julia Child, a quien se le debe la primera traducción al inglés de las recetas de la cocina francesa. La segunda historia trata de la vida de una bloggera, Julia Powell, que en un año quiere hacer las quinientas y pico de recetas del principal libro de la cocinera Child.
Te ríes, pero no a carcajadas. Te pones triste, pero no llegas al llanto. Este equilibrio se agradece en tiempos en que la mayorías de las producciones quieren arrancarte emociones exageradas. Aquí no: sólo ves la vida y te dejas llevar queriendo haber conocido a más de uno de los personajes.
Termina uno inspirado. Al menos, eso me pasó.