Quince minutos antes de las cuatro de la mañana, Daniela lloró. Esa tos, su compañera en este invierno, le interrumpió el sueño y no pudo tocar el arcoíris que estaba frente a ella.
Lloró y me despertó. En su grito, reclamaba su arcoíris y el no poder regresar a él.
Algo más tranquila, esta personita de apenas cuatro años, me pidió me acostara a su lado, le rascara la espalda, le calentara las manos. Me pidió un cuento sobre el arcoíris que perdió con la tos de madrugada.
Tardamos hora y media en que le volviera el sueño. Si regresó o no a su arcoíris, no hay garantías. Pero durmió un poco más justo cuando yo debía levantarme e iniciar el día.
Pasar en vela esta madrugada, viendo a mi hija extrañar su sueño; rascarle la espalda y calentarle las manos. Todo dentro de la primera semana de un año, de una década.
Ese momento, tal vez como el sueño, no regresará. Vaya que soy afortunado.
--- en twitter: victorspena