jueves, 21 de enero de 2010

Crisantemos

Salimos a comprar dos crisantemos blancos: en algún momento, entre la comida y la siesta, habíamos hecho el compromiso de pasar la tarde haciendo experimentos: una tarde con Daniela.

Fuimos caminando. Aprovechamos para comentar por qué algunas nubes se pintan de naranja poco antes de irse el sol. Aprovechamos, también, para conocer las casas y tiendas que rodean nuestro cotidiano: dar pasos entre las calles y no pasarlas en carro, ofrece un resultado diferente.

Pasar la tarde haciendo experimentos, ése fue el compromiso. Sorprendiéndonos de un mundo nuestro que no conocemos, ése fue uno de los resultados.

Ya con los dos crisantemos en la mano, nos detuvimos en dos papelerías del trayecto. Anilina. En el primer lugar preguntaron qué era eso que pedíamos; en el segundo, pudimos encontrar el último sobre del polvo, material que parece en vías de extinción.

Disolvimos el polvo en agua que se tornó azul obscuro, cortamos el tallo de los crisantemos: “es como un popote por el que los pétalos toman agua… y si el agua es de color, los pétalos van a pintarse”, dije.

La mirada de la niña de cuatro años se impacientó: quería ver resultados inmediatos.

Salimos al parque. Otra vez el mundo nuevo dentro del de siempre.

Ya tarde, regresamos. Los crisantemos me hicieron el favor de colorearse con mucha mayor velocidad a la esperada. Daniela no contuvo la sorpresa y disfrutó el éxito de nuestro extraño experimento: “papá: el tallo es el popote por el que la flor toma agua” dijo aleccionadoramente.

Tendré que pensar en otro experimento. Este, estoy seguro, ya no se le olvidará.