Tengo cuatro días con la nariz fría. Hasta hoy lo noté.
Cansado de estarle dando a la tecla –cosa que en las últimas dos semanas he debido hacer por razones más profesionales que personales-, me inventé como pretexto ir caminando al 7-eleven más cercano (unas 25 cuadras) y comprarme una dona.
Debía despejarme y tomar aire. Pero el de hoy estaba bastante frío.
A medio camino, y medio obligado por los ventarrones, la necesidad de un corte de cabello y por hacer más tiempo, me metí a una peluquería. Nada importante para comentar: me cortaron el cabello y se acabó.
Nada importante en el trayecto de ahí al seven y del seven a la casa. Es decir, las piernas me hormiguearon, pero eso es lo que pasa cuando la sangre recorre el cuerpo por venas ya adormecidas. Hablé con un viejo amigo que dice tener una catarata del tamaño del Niágara (no sé cómo encontró el teléfono y me contesto, ja). Se me ordenaron un par de ideas. Nada importante, pues. La vida y solo eso.
El único acompañante permanente de la caminata fue un pensamiento: tengo la nariz fría desde hace cuatro días. Bueno, lo confieso: no estoy seguro si son tres o cuatro días, pero de que la he tenido fría no hay duda. Ayer me quejé de eso, anteayer también lo noté.
Lo de la nariz tampoco es importante. Solo es un pretexto.
En fin. De regreso al tecleo por profesión.