El grillo se acercó al sapo que, tumbado a la sombra de un tulipán, moría de la risa.
- ¿Qué te pasa sapo? Jamás te había visto reír con tanta fuerza. Desde aquella roca he visto cómo, después de mucho tiempo, la Princesa te ha besado. ¿Qué pasó? No te te has convertido en humano y ella se ha alejado llorando.
El sapo, con su enorme dedo pegajoso, se limpió las lágrimas de felicidad y, con gusto, le explicó al grillo:
- Mucho tiempo me tomó convencer a esa apretada mujer para que me diera un beso: soy un príncipe convertido en sapo por el hechizo de una malvada bruja, le dije una y otra vez. Y, como prueba, le pedí tomara el hecho de que hablo… después de todo ¿por qué hablaría un sapo si no es porque es un príncipe embrujado?
El grillo asintió con la cabeza en señal de entendimiento.
- Pero la mujer –continuó el sapo- repetía que una princesa como ella no debía agacharse, que su sangre real le impedía besar sapos y una laaaarga lista de cosas que me da flojera repetir. Bastante apretada esa mujer a la que todos llaman princesa: todo le parecía indigno y siempre se escudaba en la alcurnia de sus ascendentes para no hacer las cosas. Después de todo el tiempo del que dices fuiste testigo puede, por fin, convencerla y me besó.
- ¿Y luego? –preguntó el grillo.
- Pues nada –contestó el sapo-. Yo seguí siendo un príncipe atrapado en el cuerpo de un sapo… pero ella se dio cuenta que por sus venas no corría sangre real: por muchos años, hay que recordarlo, el comportamiento de la reina ha estado en duda. Pues bien: hoy, en este pantano y con un pegajoso sapo entre sus manos, la mujer ha comprobado que por sus venas corre la sangre de un panadero, un carnicero, el chofer de una carroza o ve tu a saber frente a quien la reina sació su real urgencia. Jajajaja.
El grillo soltó una carcajada. Mira de lo que se vino a uno a enterar.
Aquél sapo no tendría más que encontrar una verdadera princesa para volverse príncipe. La apretada “princesa”, por el contrario, jamás podría serlo en verdad… y ella ya lo sabía.