Estába, como todos los miércoles, sentado al lado del manco -ése que siempre presume sus guantes de box-, cuando le pregunto:
- eh, campeón ¿qué le vas a comprar a tu hija en esta navidad?
- ¿comprar? -pregunta medio molesto-. Bah, se nota que no eres más que un hijo del consumismo. Yo soy de esos que tienen como filosofía de vida que lo que vale la pena no puede comprarse; y ahora que se acerca la navidad y todas esas cosas en las que muchos compran más de lo que pueden pagar, todos los días grito en todos lados: amor. Amor, sí, eso es lo que debemos darnos el uno al otro. De nada sirve llenar una caja con regalos, cuando el corazón está vacío.
Me sentí algo apenado. Tomé un trago a la joya de manzana y él, como siempre, a su cerveza. Se rascó un muñón.
- si tienes problemas de dinero mi campeón -le dije- puedo prestarte algunos pesos.
- Ah, la cosa cambia. Pues, entonces, a mi hija le regalaré lo que me alcance con eso que me prestes y que puntualmente pagaré tan pronto reciba algún dinero por los encuentros de box.
Sería la última vez que vería aquel billete. Lo sabía y no me importó. Mientras la hija del campeón pueda acariciar algún peluche o peinar alguna muñeca, todo lo demás me importa un carajo. ¿Y qué con el manco y su filosofía anticonsumista? Bah, que la niña acaricie el peluche y peine la muñeca: para los niños, en navidad, no debe aplicar según me parece.