Tengo cosa de dos meses levantándome a las cuatros de la mañana. He descubierto -o eso creo- que esas son las mejores horas que la vida me ha dado para escribir. Se que a nadie importará, pero lo he querido compartir al viento.
Falta, ahora, un cuarto para las seis de la tarde. Nada se me ocurre, las ideas no fluyen y las letras no quedan pegadas en su lugar.
Me duelen los ojos, necesito otra taza de cafe. Es un círculo vicioso: levantárse temprano para tener claridad de 4 a 7. Y, despues, todo lo demás viene de bajada.