Pérez-Reverte, me parece, es actualmente la pluma de lectura obligada. Diría que para quienes andamos entre los veintes y los cuarenta, nos significa lo que para los de cuarenta a sesenta García Márquez. Puede que exagere, pero no lo creo.
Cuando lo he dicho, eso del García Márquez de la nueva generación, me señalan que no hay punto de comparación: uno es latinoamericano y el otro español –tal vez demasiado español, lo acepto-, uno ganó el Nobel y el otro no, pero está en la Real Academia de la Lengua. Etcétera. Yo digo que la principal diferencia es que Pérez-Reverte le sigue dando a la tecla, mientras que el Gabo no alcanzó a usar una computadora para algún texto digno que no sea dibujar oootra vez su propia sombra.
La cosa es que se agradecen personajes en pantalón de mezclilla –vaqueros, como les llama el español-, tramas misteriosas y el uso de celulares y computadoras en las novelas. La selva y los dictadores están en segundo plano o se fueron esperar que alguien les escriba.
En el aeropuerto de la Ciudad de México me compré “Cuando éramos honrados mercenarios”, compilación de artículos publicados en El País de 2005-2009. ¿Éramos? me preguntó Cielo Cruel por el Face… y yo le contesté con un ;)
Este debe ser el cuarto volumen de sus artículos. Yo solo tengo dos: este y el antepasado, “Con Ánimos de Ofender” se llama. Los otros se han agotado y la única estrategia para tenerlos ahora será pedirlos prestados y no regresarlos. Ja.
Pérez-Reverte destila, como ya sabemos sus lectores, amargura. Es el cabrón que nunca termina de acomodarse en el asiento y no deja de moverse. Fuera del mar y sus botes, todo le molesta. Y de ese malestar extrae algunas palabras sabias, otras irritantes, todas políticamente incorrectas.
Va una frase: “… la estupidez aliada con la ignorancia, tiene huevos para todo…”
Total que lo estoy leyendo. Y aún cuando prefiero sus novelas, en estas semivacaciones me hago acompañar con su lectura.