Muy cerca del Zocalo de la Ciudad de México, a un lado de las ruinas del Templo Mayor está el Museo de la Autonomía Universitaria. Edificio maravilloso, con muchas cosas por ver aún y cuando uno sea un neófito en cosas de arquitectura, basta un poco de sensibilidad y capacidad de asombro. Entre esas cosas lindas está un hermoso salón que se conoce como “El generalito”, lugar de reuniones de segundo nivel en la antigua UNAM, pero igual de bello y solemne que otros espacios; entre las cosas que alberga está una colección de sillas preciosamente labradas del algún coro del siglo XVIII y un magnífico “púlpito” o cátedra (mueble alto utilizado para dictar cátedra o presidir una reunión). De ese espacio copié una nota que hace alusión al “ritual” o ceremonia que debían seguir los candidatos a doctorarse. Lo dedico a todos los que como yo, todavía tienen este tipo de aspiraciones:
“Los doctoramientos, sin periodicidad fija, son recurrentes cada año. Según ordenaban las constituciones, el doctorando, habiendo depositado las propinas y los derechos, debía salir de su casa a las tres de la tarde, a caballo, ataviado con “borlas y capirote”.
Al frente del desfile irían trompetas, chirimías y atabales, con sus uniformes. Detrás de los músicos, “los ciudadanos y caballeros convidados”. A continuación, los bedeles, con mazas, el secretario y el tesorero. Luego, de dos en dos, los maestros en artes, seguidos por los médicos, los teólogos, canonistas y legistas, por antigüedad.
En seguida, el doctorando, con los lacayos y pajes de librea que quisiera, con el rector y el decano a sus lados.
A sus espaldas, un hombre de armas, sobre un caballo bien aderezado, llevaría las insignias doctorales del candidato en un bastón dorado. Por último irá el padrino, con dos caballeros. Irán a la casa del maestrescuela para pasear con él por las calles principales. Luego los devolverán a su casa, así como al candidato, que pondría sus armas sobre la puerta de su casa.”