domingo, 21 de junio de 2009

Padre de más de cuatro

No recuerdo su nombre. Regresaba de un viaje, pase a casa a dejar la maleta y de ahí nos fuimos al lugar del evento, cunado llegamos mí mujer me dijo: es él, el de la cámara. Estaba sentado en el suelo, una niña entre los brazos, con un ojo filmaba y con el otro lloraba a borbotones. Llanto quedito, sin sollozos, como el tempestuoso río que llega a la planicie, después de los violentos rápidos el agua fluye lenta y poderosa, me arrancó algunas lagrimas de solidaridad.
Algunos días antes, por teléfono, mi mujer me había contado la historia de la mamá de un par de compañeros del colegio de mis hijos. Ella era dentista, casada y con tres hijos, el mayor no llegaba a los 8 años; iba por la calle en su auto (por la 116 si no me equivocó), una bomba explotó, su carro se incendió de inmediato y ella murió.
Unos días después lo volvimos a ver, ahora en casa de una amiga – reunión de los niños del colegio – y le pregunté: ¿Cómo haces para vivir con eso? La respuesta fue simple: negación, furia, enojo, llanto y dolor. Pero también la disyuntiva: puedo llenarme de odio y amargura (culpar a los narcos, a los guerrilleros, al gobierno o a los tres) u optar por algo que no afecte a mis hijos. Opté por lo segundo – me dijo - desechar el odio y el rencor, y buscar construir un futuro lo mejor posible, huérfano de esposa, padre y madre a la vez.
Eso fue en el 1999, salimos de Bogotá en el 2000 y no lo hemos vuelto a ver. La historia viene a cuento por el día del padre, pero también por el tema de las fracturas, en este caso familiar, personal. Pero también hay fracturas grupales, de ciudad, de barrio e incluso de país. No lo he leído, pero entiendo que esa es la tesis central del último libro de Roger Bratra:la fractura interna de los “istmos”, la fractura azul, amarilla o tricolor que se expande y amenaza con fracturar la nación – concepto inasible – y de paso nuestras vidas, nuestras ciudades, nuestras familias. ¿En que pensarán los líderes: botín o legado? Hay una diferencia entre el caso de mi amigo y nuestra “fractura” nacional: el rol de las victimas. En su caso tocaba proteger y arropar a los tres pequeños, para ellos sería imposible superar semejante tragedia. En nuestro caso las victimas somos todos, pero tenemos la posibilidad de la acción: el ejercicio de los derechos ciudadanos; si aunque suene un poco ingenuo, ahí está el reto de la sociedad: decir a los partidos – tribus, grupos, lo que sea – no más partidocracia, queremos más nación, más gobernanza, más ciudadanía, menos políticos, más sociedad.
Mi amigo y su esposa solo tenían tres hijos, al morir ella él resulto, por decisión y grandeza, padre de más de cuatro. ¿Necesitaremos una fractura de dimensiones descomunales para que nuestros mezquinos políticos dejen de ser lo que son y se conviertan en padres de la patria? ¿Mucho pedir? Tal vez. Pero bueno, queda al resto, a nosotros, actuar.