Tiene tres años y medio y ayer fue su primer día de natación.
Gorra y lentes en su lugar, trajesito de baño con un impreso de La Sirenita ahí va Dany a su primera clase. Por alguna razón que desconozco, desde que pudo hablar Daniela dijo que quería entrar a clases de nado: en verdad, pienso que no sabía ni qué era una alberca, pero eso decía. Lo habrá escuchado en algún programa o con sus compañeros de guardería, creo.
Pero debía cumplir tres años y coincidir con el calor. Ayer, esos dos momentos se encontraron.
Y qué puedo decir: apenas metió las piernas, chapoteó un poco y el maestro la metió hasta el cuello en el agua. No, de momento no se podría decir que será nadadora olimpica, pero al final dijo que le había encantado nadar y que mañana -hoy- seguiría con eso de la natación. Buena señal.
A lo lejos, desde las gradas donde Mayra y yo nos sentamos, Daniela no parecía nerviosa. A los papás se nos escuchaba el latido del corazón que explotaba de nervios. Mientras Dany se familiarice más con el agua, nosotros con que ella esté ahí y todos nos iremos tranquilizando un poco más.
Hoy será su segundo día. Si llega o no a las olimpiadas, eso es otra cosa. Ella, Daniela, seguramente no se acordará de este primer día: pero las experiencias, las imágenes, los olores, los sonidos se le quedarán como una piedra en el cimiento de su personalidad. Oculta, pero presente.