Fue en el 2002, hace siete años. Por cosas de trabajo, compartí todo el 2 de octubre con el escritor José Agustín.
Desenfadado, me platicó de todo y de nada. Yo solo escuché ¿qué podía decirle? Al final del día, como –me parece- era necesario platicamos de su obra. O algo así.
“Ciudades desiertas” -le dije, “fue una de las novelas que me encargaron en secundaria. Eso de que a uno lo encarguen como lectura obligada en la secundaria, debe ser motivo de orgullo personal”.
“Y qué te pareció, manito?” –me preguntó.
Fui sincero: No la leí. No pude pasar de la segunda hoja: lo párrafos son taaan largos que no puedo concentrarme.
Sonrió. De una maletita que traía sacó un ejemplar y me lo dedicó.
Siete años después, no he podido pasar de la segunda hoja. Perdón, son los párrafos largos, los que no me dejan concentrarme.