lunes, 6 de julio de 2009

El Estado y los riesgos de la cotidianeidad

En anteriores post escribí sobre la ausencia de estado en ciertos territorios (24 de junio) y de los actores y las circunstancias presentes en los procesos que llevan a tal situación (2 de julio), hoy hago un apunte sobre los riesgos de la cotidianeidad o lo que es lo mismo, ciudadanos que se acostumbra a estados de excepción o a vivir en ambientes dónde ciertos actores disputan con el Estado el ejercicio del poder y en casos extremos el mismo monopolio de la violencia, dos incidentes me servirán para ilustrar el tema. El primero tiene que ver con Fercho, caminábamos por la Séptima y en cierto punto me dijo: crucemos a la otra acera. Lo seguí y le pregunté ¿Por qué hicimos eso? El taxi que estaba estacionado por donde íbamos se veía muy “sentado” – me dijo - ¿Y eso qué? Bueno, de la época de los bombazos uno sabe que 400 kg. de explosivos en la cajuela de un taxi hacen que se “siente”, por natural instinto de sobre vivencia, sea o no sea, uno evita cualquier cosa que se le parezca. La segunda lección fue más grave y me la dio Arturo, cuando la TV anunció el estado de conmoción interior le pregunté ¿Qué significa estado de conmoción? La suspensión de garantías individuales no significaba nada para él, con unos 40 años de vida y varias experiencias similares, me respondió: - No se preocupé, lo más que puede pasar es que en lugar de que lo detengan una vez lo detengan dos -. La respuesta, más que el estado de conmoción, me dejó con los ojos cuadrados. Ahora entiendo que lo grave no fue la respuesta, si no el proceso que se incubó por muchos años y que conduce a que los ciudadanos vivan una normal anormalidad, actores que permiten que los procesos evolucionen de tal forma que se termina viviendo en Estados débiles que no son capaces de garantizar la seguridad y el ejercicio de las libertades fundamentales de sus ciudadanos.
Desafortunadamente estos recuerdos también me traen a la memoria otra cosa, la metáfora de la ranita y la cacerola con agua hirviendo. La pobre rana saltaría violentamente si la dejamos caer repentinamente; vive cómoda y placidamente si la temperatura del agua aumenta poco a poco.