Empecemos por decir que se trata de payasos; pero quien espere un Cepillín o a Pipo quedará desilusionado. Lo de ser payaso –la cara pintada, la nariz roja- sirvan más como instrumento para la despersonalización que de la comedia.
Claro que vale la pena: el sonido,los colores, todo lo que habrá llevado al autor y a los artistas a construir una realidad alterna que, con base en pequeños momentos suman casi la hora y media, bien vale una visita a las siempre incómodas butacas del Auditorio Luis Elizondo.
Además del collage de sonidos y colores y las pequeñas historias que tendría uno que interpretar –flogonazos de la mente: favor de abstenerse- hay que decir que sí es entretenido: lo mismo quien tiene la ocurrencia de escribir esto que mi hija de tres año estuvimos al borde del asiento; a mi esposa no le convenció tanto.
También hay valor en la posibilidad de interactuar: por eso hay que comprar –de poderse- los boletos de precio alto: mis compadres o comadres que se ahorraron la entrada seguramente no disfrutaron tanto el espectáculo.
Po el éxito, según se, habrá otra temporada: a las amigas y amigos, no se la pierdan. Pero no esperen una comedia boba o payasos malabaristas.