Hubiese llegado a los cuatro años sin ver, en el cine, una película de horror. Así como se oye. La última que intenté ver fue una que se llama algo así como Terror en Amitiville, Ametiville o por el estilo. No la soporté -en serio- y mejor nos salimos de la función con las palomitas a medio comer. Desde entonces vivía una especie de cuaresma del terror.
Ayer, después de –como digo- casi cuatro años fuimos a ver La Huérfana. (hablo en plural pues fui con mi esposa, cuñada y su esposo). La verdad es que fuimos por la insistencia de este último a quien le produce alguna especie de raro placer saber que desde hace tiempo evito películas del género. Fue, si así se quiere ver, una especie de prueba juvenil de a ver a quién le daba más miedo y tenía pesadillas en la noche.
Y zaz. Que a nadie espantó y, salvo las palomitas, poco se disfrutó.
Si digo que la huérfana es en verdad una enana-loca-asesina y todo esto lo vienes sabiendo después de dos horas, se rompe todo el misterio (ja). Pero como en verdad no asusta –salvo por dos o tres ocasiones en las que alguien sale de sorpresa, por la espalda, y la música suena tan fuerte que podría dejarte sordo- todo lo demás parece más una aburrido pretexto para una escena de contenido sexual mas o menos disimulado, una paloma que se muere despanzurrada bajo una piedra y una negra ojona que es asesinada (y, cuando la encuentra, tiene los ojos abierto… imagino que para sacarle partida a los ojotes).
En fin. Sin pena ni gloria fue el regreso a las películas de espantos. Si tienes algo mejor que ver en el cine, evítate el gasto del boleto de La Huérfana.