lunes, 21 de septiembre de 2009

Siesta

El perímetro del rín del viejo ford 54 se marca en mi espalda y aunque estoy cabeza abajo, con las piernas como de svástica, tengo una sensación de confort y comodidad. Claro, casi cualquier cosas resulta cómoda después del viajecito que me eché, pero bueno lo único que me molesta ahora es el hombro y el cuello, afortunadamente peso poco así que la tensión en el cuello no es mucha, la piel de la cabeza no se resiente con los guijarros pero la del hombro si, ardía bastante hasta que me quede dormido.
El Gus, Maco, mi carnal y yo salimos disparados cuando paso la primera ambulancia y conforme se fue integrando revoloteamos entre las piernas del grupo de comando, arrancamos unas ramas de anacahuita y les hicimos punta con un machete amellado, buscamos nuestros propios cauces y empezamos a picar, un poco aquí un poco más allá. Al tipo del Gráfico le hizo gracia la cara de terror que pusimos cuando escuchamos la descripción de lo que podríamos encontrar si seguíamos, creo que por eso se nos pegó, lo bueno vino al otro día cuando vimos que todo estaba en el periódico, desde que arrancamos cerca de la casa de doña Lupe hasta que llegamos a la Calle 3 oriente, donde estaba el ford 54.
La alcantarilla estaba en la Calle 3 poniente, enfrente la tienda, de ahí brincamos y nos metimos al baldío, partido por el arrollo de temporal, la parte más baja entre Sierra Gorda y Cuauhtémoc. Los primeros 80 metros estaban llenos de basura, higuerillas y chaparros espinosos, luego la cerca de púas y después de la brecha que llamábamos calle la cerca borreguera, ahí se atoró el colchón y ahí se perdieron como cuatro horas pues todos decían aquí tiene que estar, no pudo haber pasado miren las ramas, las cajas y el colchón, los cuadros de la cerca son muy pequeños, aquí tiene que estar. El siguiente tramo pasaba por los fondos de los Gutiérrez, la casa de Reyna, el Zuly y el Mojno; vacilamos y pasamos rápido, la posibilidad de encontrarlo junto a los excusados al aire libre y la corretiza de los perros nos convenció de que ahí no encontraríamos nada. Parada en casa del abuelo, tomar agua y asaltar las galletas, tortillas duras y naranjas directas del árbol. El sol calienta, la humedad huele y cualquier tufo se vuelve pista aunque solo sea para destripar la bolsa de desperdicios de la comida de ayer, el sudor escurre por la espalda y los moscos huyen de la camisa con la que intentamos espantarlos.
El tufo, la pus, la podredumbre, la sangre, el hedor, mocos y girones de trapo, flema, masacotes de piel y cabello, cualquier cosa puede ser el cometa de la desgracia que asusta y fascina, la estela que te jala el cuello y te obliga a voltear hacia dónde sabes está el final.
El penúltimo tramo empezaba junto a la casa de la Guera Chavela, con dos alcantarillas cegadas y el arroyo corriendo dentro del arroyo de tierra, bordeando las puertas de las pocas casas, luego otra vez por dentro de los predios hasta la calle 3, un poco al norte de la esquina donde estaba la tienda de la otra Lupe. Brincamos esos fondos y dimos la vuelta, nos sentamos bajo el ébano sobre la plataforma del ford 54, apenas sobresaliendo del choy.
Son las cinco y todavía quedan tres o cuatro horas de luz, cuando llegue la noche harán 72 horas de que todo empezó. Solo seis horas para llegar hasta aquí, luego de encallar siguió la furia del agua y la tortura del los desechos hasta que se convirtió en susurro, caricia y abrigo. Primero me cubrió el pelo y dejo de flotar, luego su peso me obligó a cerrar los ojos, tapo la boca y subió o bajo trepando de la cabeza al pecho y luego hasta la cintura hasta darle soporte a las piernas, el choy sustituyo la ropa, le dio calor y alivió la tensión del cuello y las rozaduras del hombro. Esta oscuro pero calido, ya no hay ruido y se que no regresaré, todo terminó.
Sí, todo terminó como jugando, cansados pensando en volver, raspando el suelo con los restos de las varas de anacahuita, como jugando apareció el primer talón y con el desaparecieron el Gus y mi Carnal, chillando de espanto, apareció el primer bombero y me apartó. Con asombró vi como brotó, las patas en svástica, la cintura torcida, la espalda incrustada en el rín, los labios morados y el pelo lacio, toda la piel morena intacta, un poco ceniza pero sin un rasguño, no hay sangre, no hay heridas, no hay nada, como durmiendo una siesta.